El clan de Mandela






















Si en política Nelson Mandela no tiene sucesor, tampoco parece que vaya a tener un digno heredero en su extensa familia. Durante los meses en que ha estado ingresado, el clan Mandela ha protagonizado peleas a plena luz del día en las que tías y sobrinos se han acusado mutuamente de buscar la fama y el dinero del patriarca.
Hace unos años, Mandela designó a su nieto mayor, Mandla, como jefe del clan, pero no ha sabido poner orden en la familia que básicamente vive de su famoso apellido y de los millonarios beneficios que dan las empresas que Madiba creó para, en cierta manera, compensar a los suyos de su larga ausencia en la prisión.
Nadie en esa familia parece recordar que el odio y el rencor no están en el ADN del viejo Madiba. Se han enzarzado en batallas judiciales. Primero por ver quién gestiona esos beneficios millonarios y no dudaron en acusar de apropiarse de lo que no era suyo a tres viejos camaradas de la lucha contra el apartheid.
Después, y más escandaloso, si cabe, vinieron las disputas por ver dónde se enterraba a Mandela. El expresidente había dejado dicho que su intención era descansar en Qunu, la aldea donde creció, y allí enterró a sus tres hijos. Pero Mandla, sin previo consenso, los desenterró y trasladó a Mvezo, el pueblo donde él es el jefe y pretende construir un complejo urbanístico. El negocio se le torció cuando sus tías lo denunciaron y delante de cámaras de televisión los cadáveres de los tres Mandelas tuvieron que exhumarse por orden judicial. Las peleas habían tocado algo tan sagrado para los africanos como son los muertos de las familias. Demasiado para un país que contenía la respiración porque entonces, en junio, el Premio Nobel de la Paz acababa de ingresar grave en un hospital de Pretoria y su vida pendía de un hilo. No les importó avergonzar a un país e incluso el Gobierno y el arzobispo Desmond Tutu les recriminó por manchar la memoria de Madiba.
La vergüenza no acaba ahí porque Mandla tiene un juicio pendiente por amenazar con una pistola a un conductor durante una pelea de tráfico. La vista tenía que celebrarse la semana que viene pero se ha pospuesto.
Quizá el disgusto personal más grande que ha sufrido Mandela fue la separación de su esposa durante tres décadas. Winnie Mandela, activista, mujer de carácter tiró adelante a sus dos hijas mientras Mandela se sacrificaba por los derechos de los negros y tomó su propia estrategia.
Cuando Mandela ya había renunciado a la lucha armada y proclamaba la negociación política, su esposa Winnie tenía en marcha su propio equipo de fútbol, el Mandela Football Club, que nada tenía que ver con la práctica del deporte y sí con la lucha de guerrillas. Su objetivo fueron los informadores negros, a los que consideraban traidores de la causa negra. En este empeño incluso llegaron a matar a dos jóvenes y un adolescente de Soweto, según reconoció la sentencia. Es cierto que Winnie Mandela salió castigada con una pena menor, solo por el secuestro de una de las víctimas, pero su imagen quedó deteriorada, sobre todo fuera de Sudáfrica. Aquí, la población negra la sigue venerando como la mama, la madre del país que lejos de quedarse en casa llorando a su marido preso inició su propia estrategia.
Mandela terminó por separarse de su esposa poco después de salir de la cárcel. La pareja alegó que los 27 años de presidio habían sido demasiado para la supervivencia del amor marital, aunque Madiba siempre mostró afecto y cariño por Winnie e incluso la defendió de las acusaciones, asegurando que al atacarla a ella sus enemigos pretendían atacarlo a él. Pero lo cierto es que Winnie ya no estaba en la misma onda que el activista. Es más, siempre recriminó que Mandela fuera demasiado blando con los blancos racistas, que accediera a recibir el premio Nobel de la Paz con el último presidente del apartheid, Frederik de Klerk.
Muerto Mandela, Sudáfrica se ha quedado huérfana de un líder que ayude a esta sociedad diversa a continuar unidas, como Madiba soñó y luchó durante toda su vida. Él se retiró de la vida política hace más de una década, cumplidos los 80 y con la satisfacción de ver a Sudáfrica encarrilada en un sistema democrático, lejos del racismo institucionalizado vigente durante el colonialismo británico y el apartheid.Madiba se jubiló con la conciencia del trabajo hecho, a pesar de que quedaba aún un trecho de ese largo camino que empezó a recorrer en su juventud para conseguir la igualdad social.
Una década más tarde, Mandela sigue ahí, como el vigía ausente que guía a la política. Desde el Congreso Nacional Africano (CNA), su partido de toda la vida, por descontado, que no ha parado de sacar partido de su figura y de su legado, hasta Alianza Democrática (AD), la formación tradicionalmente de los blancos, reclama parte de su legado. Este Madiba es mío, parecen querer decir. Más cuando el año que viene está lleno de efemérides que marcarán el devenir de la Sudáfrica pos-Mandela, ya que se cumplen 20 años de la aprobación de la Constitución que permitió desmantelar las leyes del apartheid y las primeras elecciones con sufragio universal. Todo un hito que llenó de orgullo a una ciudadanía animada por Mandela y sus camaradas a pasar página de los siglos de odio y rencor racial.
Pero además, 2014 es año electoral y en principio, aunque el CNA tiene todas las encuestas de cara, nunca está de más exhibir la bandera de Mandela, y más si el partido está pasando por una situación tan delicada que pone en jaque incluso al propio presidente, Jacob Zuma, acusado de construirse un complejo de mansiones con dinero del contribuyente.
Ningún partido pierde la oportunidad de poner en relieve algún vínculo con el que fue el libertador del país y el padre de la Sudáfrica democrática. Los de AD incluso se han atrevido a usar la imagen deMadiba en sus actos, lo que ha provocado la reacción airada del CNA. También las nuevas formaciones que lideran viejos amigos del CNA, como Julius Malema y Mampehla Ramphele.
Sin embargo la ciudadanía asiste a estas pugnas consciente de que será difícil encontrar a un nuevo Mandela en los próximos años. El país debe afrontar aún las fuertes desigualdades sociales que todavía coinciden con las razas y las elevadas tasas de violencia y delincuencia, heredadas de la brutalidad de un régimen represor como el apartheid.
Tomado del periódico El País

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